El fenómeno your name. es, sin duda, el acontecimiento más importante de la década en cuanto a anime se refiere. Como fuera en su día El viaje de Chihiro, esta película de animación se ha colado en las salas de cine comercial dejando unas cifras comparables a las que puede haber realizado cualquier película de Pixar con un éxito moderado. En España, ha supuesto el retorno del estreno en la cartelera de películas de animación japonesa, algo que, hasta hace un año, resultaba prácticamente impensable.
El culpable de toda esta revolución es el japonés Makoto Shinkai, director con más de 10 años de filmografía a sus espaldas. Sin embargo, en este trabajo no vamos a analizar la película de Your name, eso es algo que ya realizó el youtuber musical Jaime Altozano en su momento y de una manera impecable.
Esta vez nos vamos a centrar en otra película de este mismo autor y de cómo esta relación música/imagen ya se daba en otros de sus trabajos anteriores: El jardín de las palabras. Hablamos de que una banda sonora es imprescindible en una película cuando, sin esta, no estaríamos hablando de la misma. Es decir, cuando la música forma una parte indivisible del todo y, sin ella, cambiaría lo que le hace ser.
Analizando una pieza audiovisual oriental. Las particularidades del anime
El jardín de las palabras habla sobre encontrarse a sí mismo, sobre el amor y sobre el paso del tiempo. Como ya comentó Jaime Altozano en su vídeo y conocemos más que de sobra los aficionados a la animación japonesa, la forma de narrar una historia en el anime es diferente de la que estamos acostumbrados en el cine hollywoodiense. La diferencia más evidente es la forma de representar las emociones y el tratamiento del tiempo, que se alarga creando una experiencia totalmente distinta a lo que estamos acostumbrados en Occidente.
Por supuesto, todas estas diferencias a la hora de narrar una historia se hacen evidentes también en su música, que tiene que adaptarse al ritmo de la narrativa. Es el caso de la escena que va a tratarse en este artículo.
La escena en cuestión se encuentra prácticamente al final del largometraje y resume toda la película. En este análisis vamos a centrarnos en la función semántica de la música, en cómo esta es un elemento narrativo más que acompaña y complementa a la imagen. Al encontrarnos frente a un producto audiovisual, el tratamiento que el compositor le da a la banda sonora es totalmente diferente a si nos encontráramos ante, por ejemplo, una sinfonía o un cuarteto de cuerda. En nuestro caso, existen elementos extramusicales que van ligados a ella y, por lo tanto, Daisuke Kashiwa, compositor, los tuvo en cuenta a la hora de elaborar la banda sonora.
Nosotros debemos enfrentarnos a la obra de la misma manera. A nivel de creación no basta únicamente con crear una música memorable, es necesario también que dicha música tenga un sentido narrativo y estético para con lo visual. Por tanto, si deseamos desentrañar esta escena, es necesario afrontar su análisis de la misma manera.
Música como motor y reflejo de las relaciones humanas
La escena comienza con un trueno. Ya desde el mismo sonido estridente el director nos indica que algo va a remover el corazón de los protagonistas, algo va a cambiar, al igual que lo hace una tormenta que arrasa con todo lo que toca al pasar. Esta primera parte, donde no hay banda sonora, se trata más bien de una experiencia sensorial de aquello que vamos a encontrarnos más adelante.
Pese a que no hay música al uso, sí que existen recursos sonoros que potencian y hacen posible esta experiencia de la que hablábamos con anterioridad. Al final, se trata de un recurso que el director utiliza para prepararnos emocionalmente, es decir, que exista una máxima apertura emocional.
Tras varios truenos, comienza a llover. Al principio, se escucha el movimiento tranquilo del agua hasta que las primeras gotas comienzan a chocar frente a la superficie. Y, entonces, comienza la tormenta. La calma que precede a la tormenta, al final, no es otra cosa de una metáfora de las vidas de los protagonistas. A nivel sonoro, se puede percibir ese cambio de las primeras gotas a la gran tromba de agua que cae y que casi silencia sus pasos al correr.
El sonido colapsado de la gran cantidad de lluvia que cae complementa al colapso visual también producido por todas las gotas de agua que nos impiden ver con claridad el paisaje. Asimismo, también podemos percibir un cambio a nivel sonoro dependiendo de la lejanía o proximidad a la tormenta, haciendo posible una mayor identificación con los personajes. Cuando más fuerte se oye es, precisamente, cuando salen ellos dos en escena. En ese momento, el viento comienza a escucharse más y más fuerte hasta que, ya colapsado, existe un corte que nos lleva a la siguiente escena, en la que está todo en silencio.
Es en este momento en el que entra la música. Comienza como la tormenta, de forma lenta y progresiva. Al principio, es únicamente un ostinato de tres notas que va ganando velocidad, como la lluvia antes descrita. Comienza a modificarse y se empieza a escuchar una octava más grave, convirtiéndose en un bajo continuo que acompañará a la melodía.
Será la melodía la que acompañará a nivel visual los cambios de escenas, una melodía que carácter más bien improvisatorio, de la misma manera que el director está buscando en la propia historia. Estas notas que suenan como al libre albedrío (buscado, por supuesto) no dejan de ser una metáfora de lo que la película nos pretende contar: del destino.
De cómo experiencias que parecen entrar en nuestras vidas al azar acaban siendo decisivas en el desarrollo de nuestro propio ser, de cómo estos dos personajes se conocieron por casualidad y se acaban salvando la vida, de cómo unas cuantas notas que parecen ser tocadas al azar terminan formando una parte estructural de la pieza que está sonando. De la misma manera que esas gotas de agua que caen al azar sobre los cristales, las notas caen sobre la historia, llenándola de sentido.
Entonces, entra la cuerda. Un violín comienza a tocar lo que, esta vez, sí reconocemos como una melodía estructurada. Poco a poco, al igual que pasa con la vida de los personajes, todo va cobrando sentido y aquello que parecía azaroso empieza ahora a tener su razón de ser.
El violín empieza a seguir las notas agudas del piano, todo comienza a ensamblarse, como lo hace la vida estructurada y metódica de Takao, el chico, y el caos y lo imprevisible de la vida de Yukari. Al fin, ambas comienzan a entender y aprenderse y a andar en un mismo ritmo común. Un chelo comienza a seguir al violín, lo imita, estableciendo un diálogo, igual que lo establecen, de nuevo, los dos protagonistas.
El violín dobla al piano y, en ese momento, se escucha la primera frase desde que empezara la tormenta, pronunciada, a la vez, en la cabeza de ambos protagonistas: Creo que este puede ser el momento más feliz de mi vida. De nuevo, la música imita, de manera simultánea, aquello que está pasando en la historia. Es decir, tiene una función fuertemente semántica.
Él le declara su amor a Yukino y esta le rechaza. En ese momento el piano introduce un acorde con una disonancia que genera una enorme tensión en el contexto de aquello que veníamos escuchando, marcado por la pausa y la serenidad.
Al final, como lo haría también al principio de la escena, el bajo, una octava más aguda de lo que venía tocando, empieza, progresivamente, a quedarse solo. El violín y la melodía antes escuchadas empiezan a alejarse hasta que desaparecen por completo. De nuevo, como les pasa a nuestros dos protagonistas, la música se distancia. El violín, metáfora de la vida de Takao, se separa de esas notas agudas, metáfora de la propia Yukino, que confiesa su decisión de mudarse de aquel lugar.
Lentamente y de manera progresiva el bajo se va apagando hasta que, de nuevo, solo se escucha el sonido de la lluvia. A continuación, pasa lo que al espectador le parece una auténtica eternidad. El director nos deja un tiempo para reflexionar, un espacio sin música en el que, a nivel sonoro, sólo se escucha la lluvia y el sonido del llanto de Yukino.
Lo que pretende aquí Makoto Shinkai es crear una tensión que no hubiese conseguido ni utilizando una séptima de dominante. El director hace uso del silencio, de los pequeños detalles sonoros para conseguir la tensión justa en la que, finalmente, estalla la cúspide dramática del largometraje.
Y no lo hace de otra manera que con música. De repente, entre el silencio, explota la última canción justo en el momento en el que Yukino decide echar a correr e ir a buscar al protagonista. Esta vez ya no lo hace de una manera lenta ni progresiva, ni con notas al piano que parecen sonar tímidas. Esta vez se necesita llegar al punto más álgido del drama y conseguir la catarsis con el espectador. Para ello el director decide utilizar no sólo el piano, sino la cuerda y hasta una guitarra eléctrica.
Esta música no hace más que ganar tensión a lo largo del discurso de Takao en el cual le recrimina todos los miedos de su corazón. Tras alcanzar el momento álgido de tensión, hay un breve silencio que después desemboca en la tónica de manera casi súbita, ambos personajes se abrazan y alcanzamos, al fin, dicha catarsis antes buscada.
Conclusión
El producto final es un ensamblado de elementos que no se pueden desligar el uno del otro. Si al texto le quitamos la imagen, pierde su sentido. Si analizamos la música de manera tradicional, aislada de todo elemento externo, el resultado acabaría siendo pobre y más bien inútil.
Para acercarnos a cualquier forma artística diferente a la que solemos estar acostumbrados es necesario abrir bien los oídos e intentar conservar un punto de vista más cercano al extrañamiento que a lo cotidiano. De esta manera, podremos entender cómo los japoneses entienden el anime y cómo el silencio juega un papel fundamental en todo el proceso sonoro, poseyendo una gran carga dramática y narrativa.