¿Qué decir de Tezuka que no sea ya sabido? Tezuka es, probablemente, el mayor creador de cómics no solo de Japón, sino de todo el mundo. Su obra se compone de más de setecientas narraciones, y se han llegado a contabilizar ciento cincuenta mil páginas dibujadas por su propia mano. Y, sin embargo, curiosamente en España no se le ha llegado a apreciar tanto como es debido. A duras penas, esta última década se ha dejado conocer por nuestros lares. Se pueden oír alabanzas a su nombre, el hombre que inventó todo lo habido en el mundo del manga, etc., pero es un poco alejado de la realidad. Tezuka no creó el manga técnicamente hablando, pero sí fue el más claro impulsor de la industria que emergería de un país destruido como el Japón de la postguerra, gracias a su inigualable estilo y su nivel de creación. Más que el creador de la industria, Tezuka fue la persona que abrió los ojos a toda una nación con sus cómics, convirtiendo el manga en la primera y más aceptada forma de narración del país. No podemos decir que el manga no habría existido sin Tezuka (de hecho, ya existía), pero sin duda fue el pilar fundamental, y sin él probablemente la industria más grande del cómic no habría sido ni un cuarto de lo que es actualmente. El 3 de Noviembre de 1926, nacía en Toyonaka, Osaka, un joven que pocos dirían que se convertiría prácticamente en héroe nacional. De hecho, Tezuka, de pequeño, sufría abusos de sus compañeros, sobre todo por su cabello ondulado (extremadamente raro en un japonés). Sin embargo, su madre, para consolarlo, le contaba historias a la luz de las estrellas. Según Tezuka, ella fue el cimiento más básico para su creatividad. A esto deberíamos añadirle la gran devoción al teatro, siendo asiduo de joven a las obras de la compañía Takarazuka (compañía formada solamente por mujeres), y al cine de Walt Disney, gracias al proyector que tenía su padre en casa. Todo este conjunto de hechos, llevaron a Tezuka a empezar a dibujar sus propias historias en forma de cómics, pero muy influenciadas por el cine, el teatro, y el noveno arte occidental. Casi sin darse cuenta, el joven Tezuka empezó a desarrollar lo que a posterior sería la clave de toda la industria. Sin embargo, Tezuka, sin dejar de dibujar nunca, se comprometió a estudiar medicina, aunque no llegó a ejercerla. Cuenta la leyenda que lo decidió tras recibir una gran impresión de un cirujano que le trató de pequeño, salvándole de que le amputaran los brazos. Sin embargo, su madre le dijo que debía trabajar en lo que más le gustara, cosa que animó a Tezuka a, después de licenciarse, dedicar su vida a las historias. Después de la guerra, Tezuka empezó a publicar en un periódico de Osaka El Diario de Ma-chan (1946), una tira cómica, de la cual estaba increíblemente orgulloso. Muchos aseguran que era el primero en comprar el periódico en Osaka, sólo para verlo. Sin embargo, fue su segunda obra la que revolucionó todo: La Nueva Isla del Tesoro (Shin Takarajima, 1947). Publicada como un libro rojo autoconclusivo, este manga marcó un antes y un después. Al joven Tezuka, que no tenía nada que perder, le dio por dibujar las viñetas como un cómic occidental, pero invirtiendo la dirección de lectura. Además creó una historia sólida, con principio y fin. Esto, que parece tan lógico, era toda una revolución en su época, donde los mangas se publicaban en grupo de 2 tiras (4 komas) por página, siendo, básicamente, innumerables chistes. Pero no sólo eso. Tezuka utilizó un estilo tan rápido y divertido que, prácticamente al leerlo, daba la impresión de estar viendo una película. Era el comienzo del estilo manga y, por ello, La Nueva Isla del Tesoro se convirtió en un éxito a escala nacional. Mientras Tezuka seguía dibujando obra tras obra, convirtió Osaka en el centro del cómic japonés. Atrajo a jóvenes autores que, influenciados por él, empezaron a publicar, y se podría afirmar que casi obligó a los consagrados a trabajar con ese estilo que había creado. Su forma de contar las historias era mejor, más divertida, y llegaba a mucho más público. Todo esto contribuyó a que Japón aceptara el manga como la mejor forma de entretener al público, y Tokio empezó a sacar provecho. Como dato curioso, su primera obra de ciencia ficción, la trilogía de Lost World (The Moony Man, 1948; Lost World, 1948; Metropolis, 1949), se convirtió en obra de referencia para todo el panorama japonés de la ciencia ficción hasta la década de los 80. Tras cinco años, las grandes empresas de Tokio se habían hecho con la industria, y la salida a la venta de la Shonen Manga, la primera revista dedicada exclusivamente a la publicación de manga, era la mayor prueba. Tezuka decidió volver a empezar, y se mudo al Tokuwa-so, un cochambroso apartamento en Tokio, y empezó a trabajar para la Shonen Manga. Pero poco duró su estancia ahí: tras la publicación de El Emperador de la Jungla (Jungle Taitei, 1950), se mudó a una casa más grande, debido al increíble éxito de su serie. Sin embargo, los jóvenes autores, que deseaban seguir sus pasos, al conseguir contrato en Tokio, no dudaban un segundo en irse a Tokuwa-so, convirtiendo el edificio en un punto de peregrinaje. El Tokuwa-so fue, y es, un símbolo de los sueños de muchos japoneses. Sin embargo, Tezuka no dejaba de crear un imperio tras de sí. Siguió perfeccionando el estilo manga, ya no sólo implementando la utilización de diferentes ángulos de cámara, sino rompiendo esquemas con su utilización de las viñetas, donde dejó de lado las clásicas rectangulares para jugar con ellas según la narración lo determinara. También redujo el número de viñetas por página. Como estilo propio y que nadie imitaría, optó por utilizar siempre los mismos personajes, como si una compañía de actores se tratara, aunque en diferentes roles. Además, aplicó múltiples veces la narración imitando una obra de teatro, donde las viñetas del mismo tamaño, narraban los movimientos de los personajes en un mismo escenario. Pero la cosa no se quedaba ahí. Queriendo imitar a su idolatrado Walt Disney, Tezuka ansiaba adentrarse en el mundo de la animación. Tras el éxito de su siguiente serie, La archiconocida Astroboy (Tetsuwan ATOM, 1952), y participar en varias películas como diseñador, Tezuka crea la Mushi Production, una empresa de animación dedicada en un principio a adaptar sus obras. La acogida a la serie de televisión de Astroboy y obras posteriores, establece otra ley que acataría la industria desde ese año hacia adelante: “si una serie manga tiene éxito, hay que hacer una serie de animación de ella”. Tezuka había creado la industria del anime, y las adaptaciones animadas empezaban a llenar las parrillas de las televisiones japonesas. ¿Os parece poco aún? Pues todavía dibujando Astroboy, además de otras series e historias cortas, y llegando a todas las casas con sus series de animación, a Tezuka le surge una idea, seguramente gracias a su afición por la compañía Takarazuka: decide escribir La Princesa Caballero (Ribon no Kishi, 1953), una historia enfocada principalmente a las niñas. Esta obra fue un boom tal que, en pocos años, el número de mujeres que querían ser mangakas aumentó considerablemente. El shôjo manga había sido creado, y no fueron pocas las jóvenes mangakas que aseguraban que fue por leer La Princesa Caballero, que quisieron dedicarse a dibujar. Como veis, esta época le encumbraría tanto nacional como internacionalmente. Estableció amistad con Mauricio de Sousa (famoso dibujante brasileño), al cual inspiraría, y con Stanley Kubrick, el cual le pidió, tras leer Astroboy, que fuese el director artístico de su próxima película 2001: Odisea en el Espacio (Tezuka, aunque finalmente no pudo participar, reconoció que la película le entusiasmaba hasta tal punto que usaba su banda sonora de fondo en las noches de trabajo). Pero no todo fue bonito para Tezuka. El manga, que hasta ese momento había sido considerado cosa para niños y jóvenes, amplió fronteras. Yoshihiro Tatsumi y sus compañeros, salieron del mercado underground y comenzaron a serializar obras adultas en revistas especializadas. El gekiga (manga adulto) empezaba a hacerse un hueco en el panorama. Pero aunque Tatsumi, o Monkey Punch siempre reconocieron a Tezuka como su figura a seguir, la crítica parecía no estar de acuerdo. Tezuka fue tachado de autor del pasado y para niños. Su trazo limpio, sus historias simples, e incluso sus mensajes pacifistas, eran tildados de “ñoños”. Pero nuestro autor no sucumbió a las críticas, las comprendió y actuó. Creó para ello la revista COM, revista dedicada exclusivamente a manga adulto. Y en ella empezó a dar vida a sus nuevos trabajos: Vampire (1966), Dororo (1967), La Canción de Apollo (Apollo no Uta, 1970), etc. La crítica callaba y aplaudía al nuevo Tezuka, y éste continuaba abrumando al país con sus nuevas historias, ahora mucho más profundas. Sin embargo, un nuevo traspié volvía a interponerse en su carrera. Mushi Production, había gastado todo lo que tenía en la creación del anime de Ashita no Joe, adaptación del manga de Ikki Kajiwari y Tetsuya Chiba, y estaba en la bancarrota. Y COM, su revista, iba por el mismo camino. Esto dejó, tras el cierre, a Tezuka en un estado financiero pésimo, pero lo liberó de las ataduras de dirigir una revista y un estudio de animación. Tezuka volvía a dedicarse únicamente al manga. Y al igual que pasó con El Emperador de la Jungla, la siguiente obra encumbraría de nuevo a Tezuka: Black Jack (1973), hacia aparición en la Shonen Champion, y se convertía en su personaje más popular, al menos dentro de Japón. Las aventuras del médico de lo imposible volvieron a dar a Tezuka una solvencia económica, y a disparar su caché y prestigio. Esto lo animó a volver a introducirse en el mundo de la animación, pero esta vez con la experiencia acumulada en el anterior intento. Creó para ello la Tezuka Production, donde esta vez, sin tanto riesgo, decidió seguir adaptando sus historias y creando animaciones originales, aprovechando el boom de los animes en los 80. Sus obras en el manga ahora eran menos precipitadas, pero más trabajadas, dando pie sin duda a la mejor época de su carrera, con trabajos tan brillantes como Buda(1974) o Adolf(1983). Pero, desgraciadamente, no pudimos apreciar todo lo que de seguro nos tenía guardado. Tezuka murió de un cáncer de estómago en 1989, a los 60 años. Sus últimas palabras, según Takayuki Matsutani, fueron “¡se lo suplico, déme trabajo!”. Japón se conmocionó tanto ante su muerte que lo presentaron para el premio novel, y construyeron un museo dedicado a su obra. La influencia de Tezuka no sólo en lo que se refiere a manga, sino en toda la cultura japonesa, llega aún a nuestros días. No hay niño en Japón que no conozca su nombre, no hay adulto que no se haya criado leyendo o viendo su trabajo. Su obra se estudia y se sigue publicando, y el estilo que creó (el estilo manga), irrumpe en el mundo y influye a autores actuales tanto en América como en Europa. Su mensaje, pacifista, existencialista, y claramente con el deseo de hacer un poco mejor este mundo, aún sigue vivo en sus obras. Es por eso que los japoneses, poco después de su muerte, lo encumbraron como Manga no Kamisama, El Dios del manga. Lo mínimo que podían hacer por un hombre que dio tanto a un país y al mundo, simplemente dibujando cómics.