Han pasado más de veinte años desde su estreno en la televisión nipona, pero Saint Seiya sigue causando furor entre los otakus de medio mundo.
Esta adaptación del manga de Masami Kurumada cuenta la historia de la Orden de los Caballeros de Atenea, en la que jóvenes de extraordinario poder protegen desde tiempos mitológicos a las sucesivas reencarnaciones de la Diosa Atenea, valiéndose de una armadura que, en nombre de la constelación que les representa, indica su rango y dominio del cosmos (energía inherente a la condición humana).
Una galería variadísima de antagonistas y protagonistas, así como el afán de superación de éstos, aligera la repetición de situaciones que caracteriza un argumento que se complementa con la exaltación de la amistad, el honor y el sacrificio.
Los diseños de Shingo Araki, más estilizados que en la obra de Kurumada, atrapa la esencia del creador conservando los rasgos fundamentales de sus personajes, dotándoles de vida propia en unos escenarios que ganan en realismo gracias al color.
Estas características convierten a la serie, de por sí, en un referente de su época. Sin embargo, ¿cuál es el aspecto que ha hecho de Saint Seiya un clásico del shonen, especialmente fuera de tierras niponas? Quizás el tratamiento de los preceptos básicos de la mitología griega, pilar de la sociedad occidental, reconvertidos entorno al patrón del arquetipo de héroe japonés que representa Seiya, alguien que, pase lo que pase, está dispuesto a levantarse todas las veces que sea necesario para conseguir un objetivo. Un esquema que se ha convertido en seña de identidad del autor al plasmarlo en otras obras como Ring ni Kakero o BT\’x.
En definitiva, la adaptación al anime de Saint Seiya (al margen de OVAs y películas), es una de esas series inolvidables que conectan a diferentes generaciones de aficionados y que consiguen familiarizarnos con los orígenes de mitos actuales como Naruto.
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7 |