En España se han publicado shôjos históricos, de terror, de ciencia ficción, costumbristas, de fantasía, de aventuras, deportivos o de humor. El género shôjo es tan variado como cualquier otro género, pero aún hoy hay una gran proporción de aficionados que siguen identificando al manga para chicas con el cliché de historias de jovencitas de instituto enamoradas, que se sonrojan cuando el chico que les gusta les sonríe mientras aparecen cientos de florecitas de fondo, y que califican a los títulos que se salen de esa máxima como «no parece shôjo», pese a la gran diversidad de temáticas que existe en Japón. Yami no Matsuei es un ejemplo de shôjo que va más allá de este estereotipo.
El Ministerio de los Diez Reyes es un organismo del más allá que se encarga de juzgar los pecados que cometieron los vivos antes de morir. Dentro de este Ministerio se encuentra el departamento central Enma, en el que trabajan los mensajeros de la muerte o Shinigami, encargados de resolver problemas relacionados con los juicios del más allá. Nuestro protagonista es Tsuzuki Asato, el Shinigami más poderoso del departamento cuyo carácter infantil hace que ninguno de sus compañeros de trabajo dure mucho a su lado. Su nuevo compañero es Hisoka, un adolescente con un carácter muy adulto con el que Tsuzuki trabajará para resolver casos de todo tipo.
Aunque Yami no Matsuei sea el primer trabajo largo de Yôko Matsushita, la autora se encuentra en su salsa y se nota. Matsushita, que bebe de las CLAMP de Tokyo Babylon especialmente en los primeros tomos, se aleja de esos clichés que he comentado anteriormente poniéndonos de protagonista a un hombre que se acerca a la treintena, cuyos intereses románticos tiran más hacia otros hombres que hacia las mujeres, con bastante poca presencia de personajes femeninos, y con una interesante mezcla de géneros que provoca que nunca sepas con lo que te vas a encontrar.
En este título encontraremos vampiros, fantasmas, sangrientos asesinatos que la autora no se corta en mostrarnos en todo su esplendor, un médico carismático y psicópata en el papel de villano, mucho drama, humor absurdo también, homeorotismo y, por supuesto, chicos guapos. Todo ello aderezado con un dibujo que a lo largo de los tomos se va volviendo cada vez más espectacular y detallista.
Un shôjo fascinante cuyo mayor inconveniente es que se encuentra parado desde hace años sin ninguna garantía de que Matsushita lo retome por lo que puede que, lamentablemente, nunca veamos su final.