O cómo Lancelot terminó en Tokio
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Parece que Ivrea gusta de repetir autoras que hayan tenido éxito, lo que es totalmente normal por otra parte, y en esta ocasión le ha tocado a Ako Shimaki, mangaka de El Príncipe de la Medianoche y Chica Secreta.
Rio no es la típica estudiante de instituto; la muerte de sus padres hizo que tuviera que madurar antes de lo normal para poder hacer frente a todo lo que se le venía encima y no terminar en un orfanato con su hermano.
Un día, sin saber muy bien por qué, compra una carta relacionada con Lancelot, el caballero de la mesa redonda.
Ako Shimaki se distingue de entre otras autoras por la creación de historias dramáticas plagadas de puntos cómicos, que ayudan a la lectura y comprensión de la trama. En Mi Guardián Secreto nos encontramos con la típica historia de amor puro, aunque aderezado con el toque Shimaki. Rio es una persona arisca y cerrada a los demás a causa del mal trago que ha pasado por la muerte de sus padres, y que evoluciona a lo largo de estos dos tomos hacía una persona decidida y comprometida consigo misma y su futuro. Lancelot es un personaje atemporal que ha pasado de estar atrapado en un naipe a pasear por las calles del modernísimo Tokio, por lo que sus costumbres chocan radicalmente con las de Rio. Shimaki es muy consciente de la psique de sus protagonistas y es consecuente con ellos hasta el final, aunque al terminar de leer la historia no puedes evitar que quede un regusto amargo que se hubiera solucionado con algunas páginas extra.
El dibujo sigue siendo muy limpio, con mucha flor y mucha miradita al más puro estilo shojo. El peso de la narración recae en bastantes ocasiones en una mirada, un sonrojo o un plano general, y la autora logra un éxito rotundo en cada una de las escenas.
Ako Shimaki no es una autora que se repita. Que una historia suya no te guste, no quiere decir que el resto tampoco lo hará. Mi Guardián Secreto es una oda al amor puro y al dicho «el amor lo puede todo». Una obra curiosa, cómica, romántica y dramática que hará las delicias de los lectores.
Texto: Sheila Malchirant